Tras la Primera Guerra Mundial la aviación civil despegó de mano del transporte de pasajeros, y del transporte postal. Los aviones fueron incrementando su alcance, su velocidad y su capacidad de carga a un ritmo vertiginoso. Pero al final todos tenían el mismo problema: afrontar el cruce del Atlántico (o del Pacífico). Se llegaron a utilizar barcos nodriza para repostar en medio del océano al avión correo y luego lanzarlos de nuevo en catapulta. Y alguien pensó que si eso funcionaba haciéndolo desde un buque, también podía funcionar haciéndolo desde un avión. Y para ello a los hermanos Shorts, cuyas fábricas cerca de Southampton y Belfast fueron célebres, recurrieron a la misma técnica que los lanzadores espaciales: utilizar varias fases. De ahí nació el Shorts-Mayo Composite.
