
Ya hemos visto que los intentos de apagar fuegos desde el aire habían comenzado casi desde el mismo momento en el que se había pensado que el avión podía servir como arma para sembrar la destrucción desde el aire. Y por eso tampoco es de extrañar que se asociaran ambas ideas: si los aviones podían lanzar bombas con precisión contra objetivos enemigos, ¿por qué no hacerlo contra las llamas? Al comienzo se desestimó por falta de precisión, pero tras el aumento de la misma durante la Segunda Guerra Mundial, gracias a las miras Norden en el bombardeo horizontal, a los bombarderos en picado, y a los cazas convertidos en aviones de ataque a tierra, se retomó la idea. Y es por eso que, tras esta guerra, el ejército y el servicio forestal estadounidenses retomaron la idea y ensayaron el bombardeo con bombas llenas de agua desde P-47s y fortalezas volantes que, aunque las fuentes hablan de B-29, las fotos corresponden a B-17s y la película de British Pathé a B-29s, así que asumimos que se probó con ambos.

En 1943 Roy Headley, de Northern Rocky Mountain Forest and Range Experiment Station, publicó Rethinking Forest Fire Control. En su estudio describía cómo, tras la Primera Guerra Mundial, ya se había planteado la hipótesis de “bombardear” incendios con químicos retardantes o explosivos. El entonces jefe del Servicio Forestal, William B. Greeley, organizó una investigación conjunta con el Chemical Warfare Service del ejército. Los resultados fueron poco alentadores: ninguna sustancia conocida ofrecía una solución práctica, aunque se siguieron probando distintos retardantes y agentes espumantes desde los años treinta.
Headley señalaba que el mayor obstáculo era la “incapacidad de acertar al objetivo”, y tampoco parecía que cuajara la idea de tirar agua como se hace hoy en día. Entre sus propuestas figuraban soluciones químicas, tierra de diatomeas o diatomita, cemento Portland, bombas explosivas que diseminaran polvo, e incluso bombas de agua.
Y el experimento con las bombas llenas de agua llegaría, finalmente, en el verano de 1947.
Un Republic P‑47N Thunderbolt en la base de Eglin Field, Florida, comenzó con el ensayo de la teoría de extinción de incendios con bombas al soltar un par de tanques auxiliares de combustible 165 galones (624.5 litros) llenos de agua. En julio, dos P‑47N y un B‑29 volaron a la Base Aérea de Great Falls, Montana, para continuar los ensayos. Se prepararon incendios de prueba en el Bosque Nacional Lolo y, posteriormente, se realizaron salidas contra incendios reales en el oeste de Montana.

Los Thunderbolts dejaron caer un total de 56 tanques, algunos modificados con aletas estabilizadoras y otros con su forma de lágrima original, sin aletas. Los pilotos emplearon tanto bombardeos en horizontal como en picado contra los incendios. Los tanques con aletas se usaron en los bombardeos en picado del P‑47, pero luego se abandonaron en favor de pasadas en planeo con tanques sin aletas. Se esperaba que los tanques soltados por los P‑47 se rompieran al impactar, derramando agua sobre el área del fuego.
El B‑29 Superfortress, apodado Rocky Mountain Ranger, cargaba ocho tanques como los de los Thunderbolts en sus compartimientos de bombas. Cada tanque, que pesaba alrededor de 1000 libras (454kg) cuando estaba lleno de agua, estaba equipado con fusibles de proximidad programados para explotar y romper los tanques a 50 pies sobre el suelo, favoreciendo la máxima dispersión del agua y algunos retardantes químicos contra el fuego. El Superfortress dejó caer 46 tanques en incendios de prueba durante siete misiones, normalmente volando a 3000 pies de altura. Un tanque podía cubrir una franja de 48 pies (14.6m) de ancho por 108 pies (33m) de largo.

Los resultados iniciales indicaron que los lanzamientos del P‑47 fueron superiores a los realizados por el B‑29, probablemente porque la explosión del fusible dispersaba el agua en una zona demasiado amplia para concentrarse sobre el foco del incendio.
Una Junta de Evaluación de Bombardeo Aéreo, compuesta por siete especialistas forestales y un teniente coronel del Comando de Pruebas Aéreas del Ejército, observó las pruebas. El verano de 1947 fue un período de transición, lleno a la vez de esperanza e incertidumbre, y aún no impregnado de la urgencia de la Guerra Fría que seguiría. En este contexto, un ejército drásticamente reducido podía beneficiarse de misiones significativas.
La Junta opinó que el empleo de aviones de guerra como bomberos “ayudará a mantener un alto espíritu de cuerpo del personal militar en tiempos de paz al asignarlos a misiones productivas que contribuyan al entrenamiento”.
“Después de este breve estudio, consideramos que este método de supresión de incendios ofrece una promesa clara para una mejor protección de vidas y propiedades”, informaron con confianza los miembros de la junta. “El proyecto actual ya ha demostrado que los aviones militares pueden volar en zonas montañosas y que los tanques que contienen agentes extintores pueden ser dejados caer con la precisión suficiente para golpear y frenar la propagación de incendios pequeños”.

Una propuesta para desplegar 75 cazas y 30 bombarderos como aviones antiincendios para la temporada de incendios de 1948 se canceló por razones financieras.
El concepto de extinción de incendios desde el aire aún no se consideraba práctico. Las bombas de agua no fueron la solución, y según un funcionario del Servicio Forestal, el valor de los recursos forestales todavía no se había apreciado lo suficiente como para aprobar los considerables costos de los retardantes y de las aeronaves necesarias.
Un artículo de Popular Mechanics (octubre 1947) describía la misma prueba con tono optimista: “Los cazas y bombarderos que antes esparcían fuego ahora ayudan a apagarlo”. El medio resaltó que los tanques de combustible modificados, equipados con aletas y fusibles, se transformaron en “bombas de agua”.
Sin embargo, la idea de las “bombas de agua” nunca pasó a la acción operativa. Las razones parecen ser varias:
- Eficiencia limitada: la dispersión de agua mediante explosión resultaba menos eficaz que un vertido continuo. O incluso que los resultados fueran similares a los obtenidos con el bombardeo con bolsas de papel llenas de agua y en algunas ocasiones se dispersara el fuego en lugar de terminar con él y que las técnicas, ya en desarrollo, de lanzar agua directamente sobre el fuego fueran más eficaces.
- Riesgo de metralla: los fragmentos metálicos podían dañar a los propios brigadistas.
- Impacto ambiental: la caída de metal sobre bosques generaba contaminación adicional.
Fuentes:
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