Deanie Bishop Parrish quería volar y servir a su país.
Según se recrudecía la IIGM, ella y cientos de mujeres encontraron el modo de hacer las dos cosas.
La Fuerzas Aéreas del ejército (de Tierra) les permitieron tomar empleos de vuelo militar domésticos que liberasen a los pilotos masculinos para servicio en ultramar, pero nadie agradeció su servicio y se mantuvo en secreto durante decadas. Ahora, después de años de peleas en despachos, los pilotos femeninos del servicio de la Fuerza aérea reibirán la medalla de Oro del congreso el 10 de marzo.
“Ha sido un camino muy largo,” decía Parrish, de 87 años, que se unió al servicio en 1944. “Sólo han tardado 65 años.”
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