Ralph S. Barnaby fue el primer estadounidense estadounidense en obtener la licencia de vuelo en planeador. Su pasión por el vuelo sin motor comenzó temprano, construyendo su primer planeador en 1909, apenas unos años después del primer vuelo de los Wright. Más tarde, utilizaría los planeadores para dar formación militar a los aviadores navales, en Pensacola.
Graduado en ingeniería mecánica por la Universidad de Columbia en 1915, su carrera combinó tanto funciones civiles como militares, alternando entre el Ejército y la Marina de los EE.UU. hasta alcanzar el rango de capitán. Durante la Segunda Guerra Mundial, trabajó como ingeniero en la Naval Aircraft Factory en Filadelfia y comandó la Naval Air Modification Unit en Johnsville, Pensilvania.
Sin embargo, aquí está por su experimento de utilizar el dirigible Los Ángeles como aeronave nodriza y un planeador como aeronave parásita.

La Misión del USS Los Angeles
En el contexto de la exploración de nuevas tácticas en la aviación militar, la US Navy decidió a finales de la década de 1920 investigar el uso de planeadores lanzados desde dirigibles para misiones de exploración, infiltración y aterrizaje de emergencia. En 1924, como parte de las reparaciones de guerra posteriores a la Primera Guerra Mundial, la USN había recibido un zepelín alemán que fue bautizado como USS Los Angeles (ZR-3). Este dirigible, de 200 metros de longitud, fue el escogido como nave nodriza para los planeadores.
El contralmirante William Moffett, jefe de la Oficina de Aeronáutica Naval, encargó personalmente al teniente Ralph Barnaby la prueba: lanzar un planeador desde el zeppelin. Barnaby aceptó, con la condición de utilizar el mismo planeador con el que había aprendido a volar en Cape Cod.
Tras dos semanas de preparación, Barnaby viajó a la base de Lakehurst, Nueva Jersey, donde se diseñó un útil especial para suspender el planeador bajo la quilla del dirigible. En la mañana de la prueba, con temperaturas bajo cero y con un viento gélido, Barnaby descendió por una escotilla y una escalera metálica rígida hasta casi alcanzar el planeador suspendido. Tuvo que saltar los últimos 60 cm debido a que la escalera no llegaba del todo. Afortunadamente, logró llegar al planeador sin incidentes.
Según sus declaraciones al instituto de la US Navy, el dirigible volaba a 40 nudos. Según el texto que publicó en la revista de Modern Mechanix, realizaría el descenso a 35mph, «rápida para un planeador».
Una vez a bordo, se ajustó en el asiento del piloto y dio la señal para ser liberado. El planeador, de diseño alemán, era único en su tipo en USA. Tenía una envergadura de 9 metros y apenas pesaba 90 kg. Fue liberado a 3000 pies (unos 900 metros) sobre Atlantic City. Durante unos 13 minutos, Barnaby descendió en amplios círculos hasta aterrizar con éxito en un campo nevado.
La Marina estaba interesada en determinar si el planeador podía ser un vehículo útil para misiones de reconocimiento o como método silencioso para inserción en zonas difíciles, o para evacuar en una emergencia a personal. El almirante Moffett creía que estos podían reemplazar a los paracaídas en ciertas situaciones, ya que el planeador ofrecía mayor precisión y control durante el descenso. El piloto podía elegir su punto de aterrizaje, algo imposible con un paracaídas, tenía más alcance, y además podía hacerlo sin alertar al enemigo, gracias a la ausencia de motor.
Esta prueba también respondía a un problema recurrente con los dirigibles: la dificultad de aterrizar en sitios no preparados. Tradicionalmente, un oficial descendía en paracaídas para organizar desde tierra el aterrizaje del dirigible, pero eso implicaba riesgos y falta de control. La propuesta de utilizar planeadores surgió como una solución más precisa y segura.
El éxito de la misión no solo demostró la viabilidad técnica del uso de planeadores en operaciones desde dirigibles, sino que también consolidó la reputación de Ralph Barnaby como pionero del vuelo a vela en los Estados Unidos.
Y el artículo podríamos darlo por terminado aquí, pero sabemos lo que valoráis las fuentes en primera persona, así que os dejamos dos…
En su testimonio oral para el Instituto Naval, Barnaby relató en primera persona:
En 1920, comenzamos a oír hablar de las escuelas de vuelo sin motor alemanas. En 1928, algunos industriales estadounidenses trajeron a pilotos alemanes de planeadores junto con sus aeronaves, los hicieron volar por el país y establecieron una escuela en Cape Cod.
En 1928, intenté obtener un mes de permiso en la Marina para ir a Alemania y tomar un curso en una de sus escuelas de planeadores, pero me lo negaron. Decidí acumular mis días de permiso y tomar el curso en Cape Cod. Tuve la suerte de ser el primero en cumplir con los requisitos y obtener la primera licencia de piloto de planeador emitida en Estados Unidos.
En 1924, como parte de las reparaciones de guerra, la Marina había adquirido un zepelín alemán y lo puso en servicio como el dirigible rígido USS Los Angeles (ZR-3), de 659 pies (200 metros). En el otoño de 1929, el contralmirante William Moffett mandó llamar al teniente Barnaby.
Pensé: ¿Qué he hecho mal?
—“Siéntese, Barnaby” —dijo Moffett—. “¿Cree que sería posible lanzar un planeador desde el Los Angeles? Piénselo bien y véame mañana, porque si su respuesta es sí, usted será quien lo haga.”
No dormí mucho esa noche, y al día siguiente le dije que era posible, y que lo haría bajo ciertas condiciones. La Marina debía conseguir para mí el planeador que había usado en mis vuelos en Cape Cod, y yo debía ir a la estación aérea del Los Angeles en Lakehurst, Nueva Jersey, para supervisar la instalación del equipo de lanzamiento en el dirigible. Él aceptó.
En Lakehurst, utilizamos la estructura básica de equipamiento debajo del Los Angeles para montar el planeador. No había volado el planeador en seis meses. ¿Debería hacer algunos vuelos de prueba? No había colinas. No quería arriesgarme a dañarlo remolcándolo con un automóvil. Decidí dejarlo así. Tendría tiempo suficiente para volver a recordar cómo volar durante el descenso.
El primer teniente del dirigible, Cal Bolster, sería el encargado de accionar el cable de liberación del planeador. Elegimos una altura de 3.000 pies (unos 900 metros) como adecuada. En una fría mañana de enero, a 3.000 pies de altitud mientras el dirigible sobrevolaba Atlantic City, descendí desde la cabina hasta el planeador. No podía llevar mucha ropa, porque no había espacio en la cabina. Había solicitado que la tripulación del dirigible volara a 40 nudos—la velocidad del planeador—y me senté allí pensando: ¿Cómo me metí en esta situación?
Cuando estuvimos sobre el lugar seleccionado, dije: “Está bien, adelante.” Bolster tiró del cable. En el instante en que fui liberado, me sentí completamente feliz. Incliné el morro y me alejé del dirigible, porque había dos grandes hélices de 18 pies (5.5 metros) delante de mí y otras dos detrás que estaban bastante cerca. Nivelé el vuelo y fue un descenso agradable, aunque terriblemente frío, de unos 13 minutos hasta el aterrizaje.
La misión fue un éxito. ¿Por qué estaba interesada la Marina en los planeadores? El almirante Moffett pensaba que podían tener una utilidad práctica. Estos grandes dirigibles rígidos llevaban a bordo un oficial de aterrizaje en caso de que hubiera que realizar una maniobra en un lugar distinto a una base naval para aeronaves más ligeras que el aire.
El dirigible volaba sobre el sitio seleccionado, y el oficial de aterrizaje descendía en paracaídas. Su tarea era organizar y dirigir al equipo de aterrizaje. Por adelantado, se coordinaba con el departamento de bomberos, la policía y otras personas. Era su responsabilidad explicar las funciones que debía cumplir cada uno. Manipular una de estas grandes naves era una tarea inmensa, especialmente si había viento.
¿Por qué no hacer que el oficial de aterrizaje descendiera en planeador?
En Modern Mechanix: Nuevos Exploradores Aéreos en Miniatura
Por el teniente RALPH S. BARNABY, U.S.N., Primer hombre en pilotar un planeador desde un dirigible

Si los exploradores fueron importantes en la guerra tradicional, lo son el doble en la nueva guerra aérea. Los oficiales del Ejército y la Marina han experimentado con todas las ideas posibles. Recientemente probaron el uso de planeadores para tareas de exploración desde dirigibles en Lakehurst. El teniente Barnaby cuenta aquí su historia de cómo planeó una nave sin motor desde el dirigible Los Angeles.
La emoción de descender por una escalera colgante a 900 metros del suelo; la incertidumbre momentánea de lanzarse desde esa escalera en medio de un viento fuerte hacia una diminuta nave aérea sin motor; la sensación abrumadora de un frío extremo y cortante… estas fueron algunas de las sensaciones que experimenté sobre Lakehurst, Nueva Jersey, hace unas semanas cuando piloté un planeador desde el gran dirigible Los Angeles hasta una zona de aterrizaje sobre suelo cubierto de nieve.
Este fue el primer vuelo realizado por un planeador lanzado desde un dirigible. Pero antes de entrar en detalles, permítanme explicar por qué la Marina decidió enviarme en esta aparentemente temeraria zambullida. Hace poco tiempo, el Contralmirante William A. Moffett, jefe de la Oficina de Aeronáutica Naval, me convocó a su oficina en Washington. Expresó, al igual que otros oficiales de la Marina, su deseo de realizar una prueba inmediata y exhaustiva para determinar si el uso de planeadores, en conjunto con dirigibles, tenía una importancia práctica real para aterrizajes de emergencia y, en tiempos de guerra, para transportar hombres y municiones a zonas inaccesibles para aviones y dirigibles. Se señaló que probablemente el planeador, al no tener motor, podría cumplir esa función de manera más ventajosa que otras aeronaves, ya que podría aterrizar sin emitir el más mínimo sonido de advertencia al enemigo.
Además, se destacó que a veces podría considerarse aconsejable enviar a un oficial mediante el método del planeador para supervisar y organizar grupos de desembarco en un territorio desconocido o poco conocido.
En el pasado, uno de los mayores peligros de los grandes dirigibles ha sido el riesgo constante de intentar aterrizar en puntos donde no hay un campo preparado. Por supuesto, se han utilizado paracaídas para enviar a un oficial supervisor, pero este procedimiento no es muy práctico, ya que el piloto del paracaídas está a merced del viento. En cambio, en un planeador, puede dirigir su aterrizaje al lugar elegido. Tiene control total de la situación, ya que los mandos de un planeador son idénticos a los de un avión, por lo que incluso un oficial con poca experiencia como piloto podría aterrizar en caso de emergencia.
Después de poco más de dos semanas de preparación para nuestro vuelo experimental, todo estaba listo en Lakehurst. El suelo estaba cubierto de nieve, el aire era gélido, y un viento cortante me enfriaba bastante, a pesar de ir vestido con mi uniforme reglamentario azul, una sudadera debajo y una chaqueta cortavientos encima. Llevaba dos pares de calcetines, un casco, y por supuesto, un paracaídas atado por si algo salía mal.
Una palabra sobre el tipo de planeador utilizado: fabricado especialmente para nuestra Marina en Alemania, es el único de su tipo en América, tiene una envergadura de 9 metros y pesa un poco más de 90 kilos, unos 27 kilos más que mi propio peso.
Suspendido como un trapecio bajo la quilla del dirigible, el planeador podía ser liberado fácilmente con un simple movimiento, ya sea mío o de un miembro de la tripulación del Los Angeles. Pero hablaré de eso más adelante.
Nuestro vuelo tenía algo de pompa y ceremonia. Puntualmente a las 10:45 de la mañana, el gran dirigible, con 47 oficiales y tripulantes a bordo, despegó. Estaba flanqueado por los dirigibles J-3 y J-4 de la Marina, y el dirigible totalmente metálico ZMC-2. Volando en formación, esta flota permaneció cerca de la estación aérea durante todo el vuelo experimental.
Al principio, yo también estaba en la cabina con los demás. Pero a las 11:15 noté que habíamos alcanzado los 900 metros de altitud planeada. Entonces crucé la quilla del dirigible y bajé por una escotilla a la que estaba conectada una escalera metálica rígida que conducía al planeador. Sin problema, bajé unos tres cuartos de la escalera, pero noté que no llegaba del todo al planeador: le faltaban unos 60 cm. Además, un viento fuerte comenzó a soplar, haciendo que el planeador se balanceara bastante. Solo había una opción: saltar. Eso hice, y por suerte caí sobre la aeronave sin motor. Luego, uno de mis compañeros en el Los Angeles dijo que hubo un momento tenso en el que parecía que estaba bailando en el aire, como si hubiera perdido el equilibrio, y que finalmente logré alcanzar mi objetivo por los pelos.
Una vez dentro del planeador, me acomodé cuidadosamente en el asiento del piloto, di la señal, y el planeador fue liberado en un instante. Más concretamente, la nave sin motor estaba suspendida de una barra transversal, cerca de la parte media del Los Angeles. El mecanismo de liberación, similar al de una bomba convencional, fue operado por un miembro de la tripulación del dirigible. Mis instrumentos mostraban que descendía a unos 55 km/h, rápido para un planeador.
En muy poco tiempo, me encontré en posición para aterrizar, así que dirigí la nave en una serie de amplios círculos sobre el campo, cruzando la estación aérea 12 veces antes de lograr el aterrizaje. A las 11:38 ya estaba de pie en el centro del campo, apenas 13 minutos después de haber salido del dirigible.
Pero volviendo a mis sensaciones al dejar el Los Angeles: justo después de soltarme, me di cuenta de que lo peor ya había pasado y que probablemente el experimento saldría bien. Mi principal sensación fue un inmenso alivio durante los cinco minutos siguientes. A partir de ahí, tenía tanto condenado frío que no sentía prácticamente nada.
Ya a salvo en tierra, mis emociones por el día habían terminado. Pero no las de los espectadores. Poco después del mediodía, el Los Angeles comenzó su descenso para aterrizar. Sin embargo, un fuerte viento cruzado surgió de repente, con el triste resultado de que el gran dirigible no pudo ser amarrado a su mástil hasta una hora y 35 minutos más tarde. Por un tiempo, parecía que los esfuerzos de toda la tripulación en tierra serían en vano.
Justo antes de que el Los Angeles descendiera para que lo alcanzara su tripulación de aterrizaje, estuvo a punto de colisionar con un avión comercial que había subido para tomar fotos de las maniobras del planeador. El avión del fotógrafo fue atrapado por una corriente descendente generada por el dirigible y cayó cerca de 150 metros, casi chocando con el orgullo de la flota de aeronaves más ligeras que el aire de la Marina.
Nuestra prueba fue aclamada como un gran éxito, demostrando de forma concluyente que los planeadores tienen un uso práctico y definido como apoyo para los dirigibles.
Fuentes
- US Naval Institute y [-2-]
- New Midget Scouts of the Air (May, 1930) – Modern Mechanix
- Smithsonian
Descubre más desde Sandglass Patrol
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

