Donde hay un listo, lo pagan inocentes
No puedo evitar recordar un artículo sobre el Titanic de Pérez Reverte que se titulaba “No era un barco honrado”. Desgraciadamente para sus inocentes pasajeros, el Lusitania tampoco lo era.
Hoy en día, en los primeros veinte años de vida, cada persona ha visto cientos de películas. Si me apuras y es culto, incluso podríamos afirmar que ha leído docenas de libros pero, en 1915 sólo los muy ricos tenían más de 5 libros en casa (uno de ellos indefectiblemente la Biblia) y solo los muy cultos los habían leído.
Por eso, ahora nos parece una idea muy cándida esconder armamento en un navío de pasajeros. Hemos visto demasiadas veces otros casos de escudos humanos y nadie se escandaliza “demasiado”.
Es muy probable que los servicios de inteligencia alemana estuvieran al corriente (había aún mucha simpatía por las potencias centrales en los EEUU). Más dudoso resulta discernir si la tripulación del submarino disponía de tales datos. Se había declarado la guerra total submarina y cumplieron con su cometido.
La rapidez con que se hundió el transatlántico parece evidenciar la presencia de armas abordo. Es cierto que el acero de la época era frágil debido al alto contenido en azufre y que un transatlántico no tenía equipos de contención de daños, pero tampoco los torpedos de la IGM causaban los daños que ocasionan los actuales, ni siquiera los que inflingían los de 1945.
El caso es que el Lusitania se hundió y cientos de civiles, neutrales y beligerantes, hombres, mujeres y niños murieron ahogados. Más le hubiera valido al Lusitania encontrarse con un barco de guerra, al menos se habrían detenido a recoger a los supervivientes pero un submarino no tenía esa opción. No sólo su supervivencia dependía de ocultarse de nuevo rapidamente, es que era fisicamente imposible darles cabida en la nave.
Y así, la tragedia cambió la opinión pública hacia la intervención al otro lado del mar. El último empujón lo daría un desafortunado telegrama de un diplomático alemán dirigido a Mexico (el llamado telegrama Zimmerman), en el que, consciente de que el presidente Wilson pretendía entrar en la guerra junto a los aliados, se garantizaba a la nación destinataria la soberanía sobre los estados del sur si atacaba a los EEUU.
Alemania tenía poco que perder y se jugó la última carta sin éxito.
Siempre se ha considerado al Lusitania un símbolo del sentimiento americano antialemán. En realidad no fue más que otro macabro peón intercambiado en el complejo juego de atraer aliados y justificar una entrada en la guerra pre-establecida.