Hoy os traemos un misterio digno de Agatha Christie. Un odiado millonario desapareció en pleno vuelo. Su cadáver fue encontrado flotando en el mar. La única solución, haberse caído del avión privado que lo transportaba. ¿Accidente, suicidio o asesinato?
En la tarde del 4 de julio de 1928, un empresario belga extraordinariamente rico llamado Alfred Loewenstein subió su avión privado en el aeropuerto de Croydon. A pesar de ser en los años 20, había quedado atrás la época de los pioneros que atravesaban el Canal de la Mancha arriesgando su pellejo, y era un vuelo de rutina, que lo llevaría a Francia y posteriormente al aeropuerto de Bruselas, donde Loewenstein vivía con su esposa, Madeleine.
Loewenstein era facilmente reconocible para el personal del aeropuerto. De hecho, era reconocible dondequiera que fuera. Era un empresario espectacularmente rico: tan rico que era conocido como el hombre más rico del mundo.
Ya era rico antes de la Primera Guerra Mundial, pero su fortuna aumentó drásticamentetras el Tratado de Versalles. Sus diversas empresas proporcionaban energía eléctrica a países en desarrollo y pronto fue buscado por presidentes y primeros ministros de todo el mundo.
Alfred Loewenstein era hijo de Bernard Loewenstein, un inmigrante judío-alemán que llegó a Bélgica en 1870 y que se inició en el cambio de divisas, se casó con la hija de un banquero belga y luego pasó a la correduría de acciones y bonos en la que al final quebró, principios del siglo XX.
Habiendo liquidado las deudas de su padre, Alfred Loewenstein a su vez se embarcó en el corretaje de valores: recomendó y colocó acciones y bonos (= deudas) con ahorradores e inversores.
En 1908, sucedió que los empresarios canadienses fueron precisamente incapaces de encontrar fondos en su mercado interno para desarrollar sus redes de transporte de pasajeros en Río y Sao Paulo, así como sus empresas de producción de electricidad, unidas bajo la empresa, registrada en Canadá, “Brazilian Traction” . Brazilian Traction, que tenía importantes necesidades de capital, las buscará en Europa ofreciendo bonos al 5%.
Pero, ¿cómo convencer a los inversores y ahorradores belgas, desconfiados de una captación masiva de capital a favor de un negocio lejos de casa, en un contexto de caída de los mercados bursátiles norteamericanos? Loewenstein tiene una idea: ofrece un descuento sobre el valor nominal de los bonos: los vende al 68,2% de su precio teórico de emisión. Por lo tanto, para un valor de bono de 100, el ahorrador obtendrá solo 68,2, mientras sigue recibiendo un interés nominal del 5 por ciento.
Por lo tanto, Brazilian Traction pagará una tasa de interés real de 5% X 68,2, es decir, un equivalente real de 7,3% mientras recauda menos fondos de lo esperado.
La emisión de bonos es un éxito: Brazilian Traction ve cómo el dinero fluye hacia sus arcas, los ahorradores hacen un buen negocio y Loewenstein se llena los bolsillos con comisiones. Brazilian Traction es el golpe que le lanzará profesionalmente.
En 1911, Loewenstein volvió a ser el «hada buena» de Brazilian Traction: facilitó en gran medida la emisión de su deuda suscribiéndose él mismo a numerosos bonos emitidos al mismo tiempo en Bélgica, Francia e Inglaterra. Al hacerlo, obtiene que el pago del interés se realice por una cantidad determinada sobre la base de una paridad franco belga/franco francés fijada por adelantado.
En 1914, el estallido de la Primera Guerra Mundial y la invasión de Bélgica por parte del Ejército Imperial Alemán obligaron a Loewenstein, su esposa y su pequeño hijo a exiliarse en Londres. Con el grado de capitán de las fuerzas belgas, estaba a cargo del abastecimiento de las tropas aliadas. Parece tener tanto éxito en este puesto que su fortuna personal aumenta significativamente.
Con el final de la guerra, Alfred Loewenstein recibe una distinción excepcional en el Reino Unido, por «servicios prestados a la causa aliada», se le otorga la Orden de Bath. Poco conocida en el extranjero, esta distinción es una de las más antiguas (1725) y una de las más prestigiosas. Premia a quienes, con su trabajo, han servido a los intereses del reino. En 1918, la orden aún no estaba abierta a las mujeres (no fue hasta 1971) y estaba reservada especialmente a los británicos. Solo incluye a extranjeros si son particularmente ilustres (el general francés Leclerc, los mariscales Juin o de Lattre y los presidentes Chirac, Sarkozy y Hollande serán posteriormente honrados con esta distinción). Esta distinción es para Loewenstein el signo tangible de un verdadero ascenso social.
¿Compró este título (esta práctica existía en ese momento con varias distinciones) gracias a la fortuna amasada durante la guerra, la que le permitió por ejemplo adquirir una vasta propiedad («Thorpe Satcheville» en Leicestershire)? Nada ha podido establecerlo formalmente, pero Loewenstein en todo caso arrastra tras de sí una reputación sulfurosa de nuevo rico sin escrúpulos con una fortuna cuyo origen sigue siendo sospechoso.
En 1919, Bélgica estaba sumida en una grave crisis económica y el franco belga se devaluó rápidamente. Qué importa en lo que respecta a los tenedores de bonos Brazilian Traction: se les paga un interés sobre una base de una tasa ¡fija! FBF / GBP de… 1914. Por lo tanto, Loewenstein descaradamente hizo que la compañía asumiera un riesgo de tipo de cambio que resultó ser desastroso para ellos. Peor aún, parece, al leer el prospecto de emisión elaborado por Loewenstein, que mientras los bonos emitidos en GBP solo se pueden canjear en GBP, los bonos emitidos en FRF se pueden canjear en… ¡oro! Y Loewenstein, que ha suscrito un gran número de ellos, pretende hacer valer sus derechos contractuales, ofreciendo renunciar a ellos a cambio… ¡por un puesto en el consejo de administración de Brazilian Traction!
La empresa, escandalizada, se niega. Después de tensas negociaciones, finalmente firmó un acuerdo con Loewenstein que incluía una compensación sustancial para este último. Es más rico que nunca. Rico e influyente, es una figura a la vez admirada y odiada, temida y, sin embargo, imprescindible en el panorama financiero europeo.
Si Loewenstein es rico, también es pródigo y generoso y quiere darse a conocer. En casa recibe mucho, y con munificencia: gente guapa, gente influyente, industriales, financieros, deportistas, políticos y aristócratas. Hace alarde de su opulencia en lujosas cenas en las que no presta atención a los gastos y, a menudo, gratifica a sus invitados (¡como a su personal!) con consejos sobre la bolsa de valores que son tan discretos como lucrativos.
Pero en una Inglaterra protestante donde el nacimiento es lo primero, un judío belga convertido al catolicismo y enriquecido por la especulación y los golpes financieros no inspira confianza, es un nuevo rico que usa métodos sucios. Loewenstein invita mucho, pero a cambio recibe pocas invitaciones. Su ostracismo es cortés pero obvio. Esto no cambia sus hábitos de hospitalidad y sus esfuerzos de sociabilidad, pero ¿quién puede saber qué amargura se esconde detrás de la máscara del anfitrión cordial y acogedor?
Loewenstein es un pionero en las finanzas: creó una empresa puramente financiera cuya vocación es tomar y mantener (= to hold, en inglés) un porcentaje no mayoritario en las empresas industriales (es común en estos días). Para liderarlo, tiene a su lado dos “asesores” financieros. Entra en otros mercados y otros negocios, como la celulosa, donde sigue utilizando sus métodos poco limpios, y donde sigue haciendo enemigos. Entra en negocios eléctricos y llega a tener centrales hidroeléctricas incluso en Barcelona. E incluso llega a tener tratos con la monarquía belga, que ve como su moneda no deja de devaluarse y necesita ayuda financiera.
En la primavera de 1926, Dreyfus, uno de sus socios, desató una despiadada guerra institucional, financiera y mediática contra Loewenstein: estaba decidido a recuperar el control de su empresa y sus procesos de fabricación a toda costa. Dreyfus recompra gradualmente el «float» de British Celanese (= acciones que circulan en el mercado y que pueden ser propiedad tanto de inversores institucionales como de particulares) y esto empuja el precio de BC al alza: ¡+ 1500% entre marzo de 1926 y 1927!
Estos dos años son los de un enfrentamiento despiadado entre Dreyfus y Loewenstein tanto en el campo de batalla bursátil como en el de la comunicación (Dreyfus acusa públicamente a Loewenstein de robo de procesos industriales). En juntas directivas y asambleas de accionistas, los dos adversarios irrumpieron con mociones, acusaciones, denigraciones recíprocas y acumularon declaraciones y amenazas que mantuvieron hechizados a los lectores de los diarios económicos.
Seguiría con sus trapicheos y haciendo amigos hasta que…
El cuatro de julio de 1928 era una tarde perfecta para volar, apenas había nubes en el cielo. El piloto, Donald Drew, le aseguró que sería un vuelo tranquilo.
Había un total de seis personas en el avión, además de Alfred Loewenstein. Como pasajeros, Fred Baxter, mano derecha de Loewenstein, Arthur Hodgson, su secretario, y además sus mecanógrafas Eileen Clarke y Paula Bidalon.
En el cockpit estaban Donals Drew y Robert Little, el mecánico de vuelo. La cabina de los pilotos no tenía acceso a la cabina de pasajeros.
Poco después de las 18h, el Fokker FVII, uno de los mejores aviones de pasajeros de la época, monopano de ala alta y trimotor, corrió por la pista de hierba hasta despegar. En cuestión de minutos, el avión estaba en su altitud de crucero de 4000 pies.
En la parte trasera de la cabina del Fokker había un baño, que a su vez tenía una puerta que daba al exterior. Pero esta puerta estaba montada de tal manera que la presión del aire la mantuviera cerrada en vuelo, así que, si bien no era imposible, era muy complicado abrirla en vuelo, necesitando dos personas para hacerlo.
Loewenstein pasó la primera mitad del vuelo tomando notas. Luego, cuando el avión se dirigía hacia el Canal, fue al compartimento del baño.
Según las declaraciones hechas posteriormente por Baxter, pasaron diez minutos y Loewenstein aún no había regresado a su asiento. Baxter se preocupó y golpeó la puerta del baño. No hubo respuesta. Forzó la puerta. El baño estaba vacío. Alfred Loewenstein había desaparecido en el aire.
El piloto, en lugar de desviarse a St Inglevert, el aeródromo más cercano, aterrizó el avión en lo que creía que era una playa desierta cerca de Dunkerque.
En realidad, la playa estaba siendo utilizada para entrenamiento por una unidad del ejército francés. Cuando los soldados vieron al Fokker aterrizando, comenzaron a correr por la playa para encontrarse con él. Les llevó seis minutos llegar al avión detenido, para entonces los pasajeros y la tripulación ya habían desembarcado.
Inicialmente, fueron interrogados por el teniente Marquailles, pero no pudo entender lo que había sucedido. El piloto Drew se comportó de manera particularmente extraña, evadiendo sus preguntas durante media hora hasta que finalmente admitió que habían perdido a Alfred Loewenstein en algún lugar sobre el Canal de la Mancha.
Drew fue interrogado a continuación por el Inspector Bonnot. El inspector confesó estar extremadamente desconcertado por lo que le contaron. «Un caso muy inusual y misterioso», dijo. «Todavía no hemos decidido ninguna teoría definitiva, pero todo es posible».
No arrestó a nadie e incluso permitió que el avión continuara su vuelo hacia St Inglevert y luego regresara a Croydon.
El cuerpo de Loewenstein fue finalmente recuperado por un pescador en el mar cerca de Boulogne sur Mer el 19 de julio, a diez millas del cabo de Gris-Nez, más de dos semanas después de su desaparición. Vestía apenas unos calzoncillos y unos calcetines de seda. Fue llevado en un barco de pesca a Calais, donde se confirmó su identidad gracias a su reloj de pulsera.
Una autopsia reveló que tenía una fractura parcial de cráneo y varios huesos rotos. Los científicos forenses concluyeron que estaba vivo cuando golpeó el agua y que murió ahogado.
El misterio de cómo cayó a su muerte quedó sin respuesta, aunque hay muchas teorías. Algunos dijeron que habría abierto accidentalmente la puerta equivocada y había caído.
Otros dijeron que se había suicidado, tal vez porque sus prácticas empresariales corruptas estaban a punto de ser expuestas.
Incluso hubo teorías acerca de una desaparición voluntaria, según las cuales el aterrizaje en la playa fue para que pudiera escabullirse y desaparecer, mientras que un cadáver de un desconocido fue arrojado al mar ataviado con posesiones personales de Loewenstein.
Una explicación mucho más plausible y siniestra es que fue arrojado a la fuerza desde el avión por su mano derecha y el secretario, posiblemente por orden de la esposa de Loewenstein, Madeleine. Tenían una relación muy tensa y ella estaba desesperada por obtener su fortuna.
Una cosa está clara: las seis personas a bordo probablemente estaban al tanto del asesinato. De hecho, probablemente lo habían planeado cuidadosamente de antemano.
Una teoría sobre por qué el Fokker aterrizó en la playa era para que una nueva puerta trasera pudiera ser instalada para reemplazar la que se arrojó al Canal. Esto encaja perfectamente con la historia de un pescador francés que recordó haber visto algo parecido a un paracaídas cayendo del cielo en el momento preciso en que Loewenstein desapareció. Este paracaídas era muy probablemente la puerta trasera.
Si la puerta y Loewenstein fueron arrojados al Canal, fue el crimen perfecto. Nadie fue acusado del asesinato. En cuanto a Loewenstein, era tan impopular que terminó siendo enterrado en una tumba sin marcar. El funeral tuvo lugar el 22 de julio en el cementerio de Evere, una comune de Bruselas.
Nisiquiera su dolida viudase presentó. Sin duda tenía asuntos más importantes que atender, organizando e invirtiendo la fortuna que acababa de heredar.
Fuentes: Strange Co, Affaire Loewenstein, The very strange death of Loewenstein