Yo les conocí (virtualmente claro) hace unos años. Eran 5 en sus sillas de ruedas, centenarios todos.
Acababan de rodar el documental «La Primera Guerra Mundial en color«, una serie en 6 capítulos para la BBC, narrada por Kenneth Branagh, en la que les entrevistaban y mostraban unas películas descubiertas recientemente en un depósito en la base aérea de Duxford. Ayer ya solo acudieron 3 con las amapolas en sus solapas.
Año tras año se reúnen en el monumento levantado en 1920. En él reposan los restos de un soldado desconocido. Nadie conoce su nombre pero, durante 88 años miles de personas le han visitado. Cualquier superviviente hubiera contestado al instante si pudieramos preguntarles «era mi amigo, mi hermano, por supuesto», porque todos perdieron alguien muy querido en el frente.
Las amapolas son el símbolo de la primera guerra mundial. Se dice que las amapolas crecen sobre los muertos. Hay un poema que se escribió en el frente «In Flanders fields» que se ha convertido en símbolo de los que nunca envejecieron:
the poppies grow
between the crosses
row in row […]
Viene a decir que en los campos de Flandes (la zona británica del frente) crecen las amapolas en filas entre las cruces de las tumbas.
Como si de un capricho del destino se tratase, sus otros dos compañeros pertenecen uno a la marina y el otro a la Fuerza Aérea (en aquellos días RFC – Royal Flying Corps). Este último, Henry Allingham, de 112 años es el mayor. Uno de sus compañeros fallecidos relataba hace unos años lo terrible que fueron aquellos días al repetir a la cámara su despedida a su madre con 18 años antes de salir con su avión para Francia: «Adios mamá. No creo que volvamos a vernos». Ellos volvieron pero la media de vida de un piloto en el Frente Occidental eran 8 días.
Volviendo al documental, coloreado por ordenador, era impresionante, pero lo más valioso eran sus testimonios. Ayer, 90 años después del armisticio, sólo quedaban tres. Mis ojos se centraron inmediatamente en Harry Patch, por dos años no es el hombre más anciano del Reino Unido.
Harry fue soldado de infantería, perdió a casi todos sus amigos, se preguntó dónde estaba Dios en la guerra, perdió la fé y la recuperó. Tuvo que matar y perdonó una vida hiriendo a un alemán cuando podía haberlo matado facilmente. Tuvo miedo, probablemente más del que nunca experimentaremos muchos (esperemos), y jamás se negó a relatar el horror de lo que significaba «Saltar la Trinchera». El señor Patch ha tenido tiempo de pensar en muchas cosas y merece la pena ser escuchado.
Habla despacio, muy lento, con palabras que ya no usan ni sus mismos compatriotas pero cuando habla se hace el silencio. Uno escucha y siente que dice cosas importantes.
Hace unas semanas se fue el último soldado italiano que participara en la Gran Guerra, en el Cenotafio ayer solo quedaban tres. Se irán en silencio, como vivieron y como murieron sus compañeros en las trincheras.
Probablemente no me entere cuando suceda, pero el día que nos deje Harry Patch me sentiré un poco huérfano.
Para más información podeis visitar la página web del Times:
Determined spirit of Henry Allingham, Great War veteran, stirs crowd at Cenotaph